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SIEMPRE HAY ELECCIÓN
Hablemos, hablemos del amor y la solidaridad. Tenemos elección, yo ahora
podría quedarme de brazos cruzados, o escribir sobre la guerra o sobre animales
que hablan. No, yo quiero hablar de un niño.
Éste es tu momento de decidir si sigues leyendo, si no, si lees en voz alta, si
lees en tu mente, etc.
Volviendo a nuestro niño, se llamará Juan, pelo oscuro, piel pálida, pecoso,
delgado y unos diez años. Acabo de decidir crear a un niño, llamarlo Juan y he
descrito a Juan como he querido. Ahora mismo es mío, podría ponerle antenas y
decir que vive en Marte, pero no.
Nuestra creación es un niño normal y corriente al que yo personalmente le
voy a dar la capacidad de elegir como a cualquier persona.
Juan elige levantarse rápido y de buen humor todas las mañanas. Decide ir al
colegio y ser amable con sus compañeros. No lo tratan mal pero algunos lo miran
raro. Puede ser por envidia, porque no les caiga bien o por la tontería que hayan
elegido. A nuestro amigo no le importa, hace lo que puede. Si ellos deciden no
aceptarlo, ¿qué puede hacer él? Prefiere no enfadarse por estupideces. Él es bueno,
los demás que elijan lo que quieran.
En el recreo juegan a “policacos” (policías y ladrones). A nadie le apetece ser
policía y dejan solo a Juan. No importa, todos se lo pasan bien, ¿qué razones tiene
él para estropearles el tiempo libre?
Un día la profesora de lengua, Macarena, falta al colegio. Todos se alegran
porque les dejan salir al patio. Nuestro pecoso amiguito está algo preocupado.
Siente un cariño especial por esa maestra. A nadie le preocupa ese asunto y, ¿quién
es él para agobiar a nadie sin unos argumentos sólidos? Intenta olvidarse de la
ausencia de la única persona que ha intentado comprenderlo y juega con los demás
niños. Tan alegre como siempre.
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Unos días después Juan sigue conteniendo sus emociones y pensamientos
para no molestar a los demás. Llega un momento en el que no puede más, va a
explotar. Como siempre, puede decidir. Montar un numerito, esconderse, confesar...
Ya ha elegido, va al servicio, se sienta en un rincón y comienza a llorar
silenciosamente. Pasa más de una hora y sus compañeros empiezan a preocuparse.
Temen que le pueda haber pasado algo a aquel simple niño que se sienta al fondo
de la clase y siempre pone buena cara. Deciden avisar a Macarena, ella es la que
mejor entiende a Juan.
La maestra tampoco sabe qué hacer. Al notar la presencia de ese s
que sentía en esa carta. Ahora no siente nada. Ni un rasgo de felicidad, ni tristeza, ni
er querido,
nuestro niño, elije no preocupar a nadie. Sale del baño igual que entró. No quiere
confesar que el motivo de su tristeza y agobio son todos ellos. Todos por los que él
había sufrido y guardado sus opiniones y pensamientos. Entra en clase, tiene ganas
de gritarles a todos y a la vez de que lo acepten como amigo y lo quieran. Elige
sentarse silenciosamente y observar. Todos están escribiendo. Eso le da una idea a
Juan. Puede desahogarse en una carta dirigida a sus compañeros.
Escribe su carta, la lee y la relee No logra comprenderlo, ha soltado todo lo
siquiera enfado. Siguió pensando durante toda la tarde por qué.
A la mañana siguiente seguía sin entenderlo. Llegó a su pupitre como siempre
pero esta vez había una diferencia, estaba cubierto de cartas. ¡Cartas de su
compañeros! (a los que por fin llamaría amigos). ¡Cartas de agradecimiento! Ya
sentía, ¡volvía a tener emociones!
Faltaba algo, aún le quedaba una cosa que fastidiaba todo, la carta escrita el
día anterior. La sacó de la mochila, la leyó en voz alta para que la oyeran todos y la
rompió en señal de rechazo. ¡Estaba lleno, lleno de alegría! Eso ahora no era un
problema, podía expresarse sin tener ningún miedo.
La ayuda sólo se corresponde con más ayuda. Muchos de nosotros creemos
o queremos ser como Juan. Sencillas personas que se dan a los demás y hacen
cuanto pueden para que sean felices.
Ana Graciani Donaire Noviembre 2014
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